La Hermana de Mi Abuelo

Por:

Devora Benchimol

Israel, 23 de Marzo de 1970 

“Querido hermano: 

Hace muchos años que quería escribir esta carta, pero mi estado de salud no me lo ha permitido. 

Hace tiempo que he averiguado donde vives, hace unos años atrás te escribí una carta informándote que me había divorciado y que iba a hacer Aliá desde Rusia a Israel. 

 Por la ausencia de respuesta pude entender que todavía no me habías perdonado. No tuve rencor hacia ti, pude y puedo entender tu dolor y tu enojo hacia mí. 

Pero esta es mi última carta para pedirte perdón y decirte cuanto te amo. Y hacerte entender que la vida a veces nos pone en situaciones en donde tenemos que tomar decisiones, que después nos damos cuenta el error que cometimos. O que quizás fue la única forma que pudimos actuar. Ante alguna situación en nuestra vida. 

Desde hace algún tiempo no me he sentido bien de salud, he ido a diferentes doctores, y después de unos meses me han diagnosticado una enfermedad terminal. No fue fácil aceptar mi destino. Pero ante tanta tristeza y desesperación fui a ver a una amiga que es la esposa del Rabino, le conté mi historia, y con lágrimas en sus ojos me dijo: escríbele a tu hermano, cuéntale tu verdad, intenta de nuevo. Quizás este último momento pueda unirlos y tu irte en paz. 

Hoy querido hermano, no quiero excusarme, solo quiero contarte que paso y quizás puedas entenderme.  

Era una noche muy fría de invierno en nuestro pueblo. Papá, como tantas veces, te había enviado a llevarle un recado a la dueña de los campos donde vivíamos. Era un poco lejos, pero tú eras un hombrecillo valiente.  

Rusia era peligroso, los pogroms cada vez eran mayores. Los judíos vivíamos atemorizados, pero había que seguir adelante. El miedo no podía apoderarse de nuestras vidas, pues quien lo hacía, corría el riesgo de caer en una depresión, en un mundo oscuro, difícil de salir. 

Esa noche, estábamos comiendo una sopa humeante que había hecho nuestra madre. Gracias a Di-s teníamos la posibilidad de comer bien, ya que nuestro padre ayudaba en la contabilidad a la dueña del campo que habitábamos. Solo faltabas tu. Yo estaba preocupada por ti, pero la vida supo porque esa noche no estabas entre nosotros.  

Yo me sentía privilegiada que podíamos comer una sopa caliente, nutritiva. Recuerdo esos olores hasta el día de hoy. Cuanto daría por volver a comer esa sopa. 

  Pero esos privilegios y esa sopa tan cálida no iban a durar para siempre. 

Los gritos irrumpieron en nuestro vecindario, el miedo corrió por mi cuerpo. 

El humo de afuera se confundía con la sopa humeante.  

 Y yo no entendí o no quería entender. Que iba a venir… después, en unos minutos, en unos segundos. Es imposible calcular el tiempo en una situación así. 

Nuestros padres se atemorizaron, vi sus rostros, pero no sabíamos a donde escapar, no teníamos hacia donde correr. 

Los cosacos habían llegado a nuestro pueblo. Y en cualquier momento iban a entrar a nuestra casa. 

El terror se apodero de mí y de mi familia. Y en ese momento pude diferenciar entre el olor y olor a casa quemadas. 

Comencé a llorar, y oí también el llanto de nuestros padres y hermanos. 

El pánico se apodero de nosotros. La puerta se abrió. Y ellos entraron. Uno me miro, y reconocí su cara. Era alguien que muchas veces me observaba en el pueblo cuando iba a hacer las compras al mercado. 

No toleré su mirada y bajé los ojos. 

Todo cambio en un segundo. No podía entender lo que estaba ocurriendo. 

Por la ventana veía casas en llamas, el fuego cada vez era mayor. El olor cada vez más nauseabundo, mezclado con los canticos de aquellos malvados festejando lo que estaba aconteciendo. Disfrutando del dolor ajeno. 

Enmudecí, al ver los cuerpos de mis seres amados tirados en el piso. No quería entender lo que había pasado. Nunca pensé que pudiese haber tanta maldad en el ser humano. 

Cerré los ojos esperando mi turno de ser yo la próxima en caer al lado de ellos, muerta. 

Pero una vos interrumpió ese estado de adormecimiento y locura, que había en mí. 

“TU VEN CONIMGO” 

Abrí mis ojos y vi otra vez esa cara familiar. 

Solo corrí y bajé mi cabeza. VEN YO TE SALVARÉ. 

Querido hermano corrí a salvarme, no sabía que eso tenía un precio: quedarme con él y casarme con él. Y no verte nunca más a ti. 

Aquella noche solo pensé en tu vuelta, en como ibas a sentirte al ver tu casa destruída, tus seres queridos muertos. Ibas a buscarme y no me ibas a encontrar. Sentí tu desesperación en mi corazón, quería correr a contarte y cuidarte, pero no pude. Tenía miedo. Y para sobrevivir tuve que dejar de ser YO MISMA. Me habían salvado, aunque muchas veces deseé haberme quedado y correr la misma suerte que toda la familia. Pues salve mi cuerpo, pero no mi alma y mi ser. 

Que podía hacer por ti? : NADA. Solo llorar por tu pérdida y rezar por tu bienestar. Y así lo hice cada día de mi vida.  

Hoy te escribo desde Israel, tierra santa, dictándole esta carta a mi querida Rabanit. Solo te pido perdón. Solo quiero decirte cuanto te quiero.  

Se cuánto hemos sufrido los dos, pero también cuanto  nos amamos “  

Mi abuelo Zalman  recibió una primera carta de su hermana cuando se había divorciado del cosaco y se había ido a vivir a Israel con su hijo. Solo le había escrito en su primera nota: ”esta es mi dirección, quiero verte. estoy viva”. 

Ella Quería reencontrarse con él, su hermano, abrazarlo como no había podido aquella noche fatídica. Pero mi abuelo no pudo perdonarla; seguía enojado con ella y no fue a verla. 

Al cabo de unos años, mi abuelo quiso reencontrarse con ella por que la había perdonado, pero ya era tarde. 

 Nunca llegó a leer esta última carta escrita por la Rabanit de la boca de su hermana, pero sí sus corazones se unieron en perdón.  

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *